sábado, 7 de noviembre de 2009

Los sonetos de la muerte de Gabriela Mistral



Malditos esos ojos cuya mirada impura
se te pintó en la entraña en un tatuaje largo.
Malditos esos pechos de doble ánfora dura
llenos de miel, cubriéndole el corazón amargo.

Malditos esos labios untados de impudicia,
siniestramente finos, como aceros de oriente,
que tenían un modo de sangrar con delicia,
sabios en ciencia negra del cuervo y la serpiente.

Malditas esas manos que todo desgajaron
y todo mancillaron, y a su dueño vendieron,
ningún río las lave de sus marcas sangrientas.

Malditas las entrañas sensuales, que temblaron
todas en el placer, y no se sacudieron
delante de las tuyas, esparcidas y cruentas.

* * *

Yo elegí entre los otros, soberbios y gloriosos,
este destino, aqueste oficio de ternura,
un poco temerario, acaso tenebroso,
de ser un jaramago sobre su sepultura.

Los hombres pasan, pasan, exprimiendo en la boca
una canción alegre y siempre renovada
que ahora es la lasciva, y mañana la loca,
y más tarde la mística. Yo elegí esta invariada

canción con la que arrullo un muerto que fue ajeno
en toda realidad, y en todo ensueño mío,
que gustó de otra boca, descansó en otro seno,

pero que en esta hora definitiva y larga
sólo es del labio humilde, del jaramago pío
que le hace el dormir dulce sobre la tierra amarga.

* * *

¿A dónde fuiste, a dónde, que ni albada ni tarde
te trajo, y en la espera ya nievan mis cabellos,
y por respuesta invítame para morir la tarde
sin pensar que otro mundo sin ti no fuera bello?

¿En qué zarzas de monte tu pecho se halla herido,
que viene una fragancia de sangre sobre el viento,
y desde las colinas oteo tu gemido,
y en las aguas te veo con rostro de tormento?

Pregunté a los caminos, pero su polvo ignora.
Cava lenta una azada en la paz de la hora
y yo no sé si cubre tu semblante y tu aliento.

¿En dónde están sus ojos y qué manan sus sienes?
Y como la respuesta a mi alarido viene
¡tan sólo una fragancia de sangre sobre el viento!

* * *

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

* * *

Te hubiera defendido cual la loba al lobato
de la gran siniestra que te alargó la vida,
poniendo entre tú y ella, con místico arrebato
mi cuerpo temerario, gozoso de la herida.

Si le hubiera encontrado en mis brazos dormido
la mala hembra que vive de estrujar corazones
en sus lomos mis brazos látigo hubieran sido;
se me forjaron unas vísceras de leones.

Pero la ebria fue a hallarte aquel día, confiado
a la de brazos suaves y víscera aleve
que le puso dormido en sus fauces ardidas,

y lejos de mis ojos todo fue consumado
de modo tan horrible, que no hay aguas de nieve
que enfríen mis palabras zarpadas y encendidas.

* * *

Si ya no queda de él sino un copo liviano
de ceniza blancuzca; si es impío pensar
en contra de la vida, que sustenta en la mano
un buen tirso de más de cálido llamear,

si la huesa de piedras apretadas le cierra
por que no enturbie el gozo del vivo su misión;
si ninguno se acuerda que floreció en la tierra
y tuvo, en carne humana, inquieto un corazón.

Dicen: Y yo: Por eso; porque es un montoncillo
de tierra volandera, blancuzco tumorcillo
que el soplo de mi boca pudiera dispersar

porque tras de negarlo ya lo olvidaron esos
y sólo mi ternura le custodia sus huesos
lo único que le resta no se lo he de robar.

* * *

LA CONDENA

¡Oh, fuente de turquesa pálida!
¡Oh, rosal de violenta flor!
cómo tronchar tu llama cálida
y hundir el labio en tu frescor!

Profunda fuente del amar,
rosal ardiente de los besos,
el muerto manda caminar
hacia su tálamo de huesos.

Llama la voz clara e implacable,
en la honda noche y en el día,
desde su caja miserable.

¡Oh, fuente! el fresco labio cierra,
que, si bebiera, se alzaría
aquél que está caído en tierra...

* * *

Mis manos campesinas arañaron la peña
para clavar una cruz donde mi sueño cabe,
hecho amor a un suicida por cuya mano suave
sentí rodar la sangre rota que se despeña.

Sangre de mis delirios y de mi voz que sueña
gritando por las noches como el vuelo de un ave
doliente a jaramago o a la remota nave
en donde van los seres que la muerte desdeña.

Mis manos de labriega domeñaron el frío
por Monte Grande arriba, bebiendo vino fuerte,
por Peralillo alegre, cogiendo luna amarga.

Pero mi voz de mujer lloró en el desafío
bestial e impenitente que le lanzó la muerte
sobre la carne herida como una eterna carga.

* * *

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: —«Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

»¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

* * *

Los muertos llaman. Los que allí pusimos
con los brazos en cruz y el labio frío,
suelen desperezarse; los quisimos,
nos ven vivir; y les parece impío.

Llaman, y a la siniestra algarabía
de nuestro carnaval de sangre y risa,
llega a entenebrecernos la alegría,
ese loco gritar de la ceniza.

Él también clama: pide que en la senda
el paso apure, y que mi cuerpo extienda
pronto en su huesa, angosto como herida.

Cierro el oído para no escucharlo;
quiero con carcajadas ahogarlo
¡y el clamor crece hasta llenar la vida!

* * *

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

* * *

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