Produce cierta perplejidad que, en los albores del siglo XXI, todavía existan países del llamado primer mundo en los que la mujer pierde al casarse su apellido de soltera. Esto sucede, entre otros, en la omnipresente y todopoderosa United States of America (vulgarmente llamada USA).
Y digo que produce perplejidad porque la humanidad lleva décadas luchando por la igualdad real entre hombres y mujeres, que ha cristalizado en muchísimas facetas de la vida diaria (derechos civiles, sociales, laborales, etc.), y ha permitido que la mujer acceda a una serie de cotos hasta ahora reservados a los varones (Jefes o Presidentes de Estado o de Gobierno, Fuerzas Armadas, Organismos Internacionales, etc.). Y sin embargo, algo tan elemental como la propia identidad de la persona, en este caso de la mujer, sigue sin normalizarse.
En España, en donde llevamos unos cuantos años luz de retraso con respecto a las grandes potencias mundiales, hace muchísimo tiempo ya sin embargo que la mujer mantiene su apellido de soltera tras contraer matrimonio, y sería impensable si alguien quisiera imponer a su cónyuge, sea del sexo que sea, una identidad que no le pertenece.
Todo esto viene a cuento de la señora Hilaria Diana Rodham (o sea, Hillary Clinton), actual candidata demócrata a la Presidencia de los EE.UU. de América, y cuyas posibilidades de convertirse en la nueva inquilina de la Casa Blanca y en la primera Presidenta de su País, aunque escasas, son aún matemáticamente posibles.
El apellido real de doña Hillary apenas aparece en los medios de comunicación, y aunque ella en su firma emplea ambos apellidos (primero el propio y luego el de su esposo), nadie duda que de convertirse en Presidenta seguiría siendo la señora Clinton, y no la señora Rodham, pues la única forma de recuperar el apellido de soltera según las leyes federales es con motivo de una separación o divorcio.
¿No es paradójico que un país que denuncia, cual paja en ojo ajeno, la violación de los derechos humanos en terceros países, sea incapaz de ver la viga en el propio? ¿No es inaudito que no se cambien las leyes internas del país supuestamente más avanzado del mundo, para que la mujer casada pueda por fin ejercer el derecho a la propia identidad?
¡Vivir para creer!
© Juan Ballester
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