miércoles, 21 de mayo de 2008

Yo no estuve allí

Sí, lo reconozco. Entono el mea culpa: Yo no estuve en el mayo del 68.

Y no estuve, entre otras razones, porque por entonces tenía apenas 7 años y mis preo­cu­pa­ciones eran obviamente muy diferentes a las famosas y ya míticas protestas estu­dian­tiles.

Pero como sucede con todos los mitos, es el tiempo quien se encarga de alimentarlos y engordarlos. Pasó con el mayo francés, pasó con la famosa ‘transición española’ y hasta con la tan cacareada ‘movida madrileña’: cuando uno vive día a día una situación, no suele ser consciente de su importancia histórica hasta que no pasa cierto tiempo, hasta que el calendario lo barniza con su pátina de nostalgia.

Me llama la atención que de repente, entre el colectivo de personas que hace cuatro décadas rondaban la edad adulta, se tiende a presumir de que vivieron activamente aquel mayo, bien aquí en España o –mejor aún- en la revolucionaria Francia.

A veces tengo la sensación de que más de uno y más de dos, aprovechando el paso del tiempo y la imposibilidad de constatar el hecho, se apuntan a un carro del cual en su mo­mento apenas si tuvieron constancia de su existencia. Porque, no lo neguemos, da muy buena impresión y es muy progresista aquello de decir: yo sí que hice algo para cambiar el mundo, yo me jugué el tipo para que todos ahora podamos vivir un poco mejor, y todo eso.

Y es que cuando algo no se puede demostrar, no cuesta nada proclamarlo a los cuatro vientos. Y con el mayo del 68, del que estos días se cumple la friolera de 40 años, pasa un poco como con las reliquias de la cruz de Cristo: que si las juntásemos todas daría no ya para una construir una cruz, sino para un barco entero.

© Juan Ballester

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