Los días van hurgando en esta zanja
con la crueldad gratuita de un verdugo.
Me dejan ver tus ojos, pero luego
me devuelven al cardo y a la espina.
Todo tu cuerpo se transforma en lunes,
en distancia, en silencio, en algo extraño.
Cansado de soñar, recojo velas
y me bebo los versos que te escribo.
Embriagado de ti paso las noches
dando vueltas y vueltas a la luna.
Pero la luna insiste en recordarme
el imposible instante de tu rostro.
Y otra vez te persigo, nuevamente
como el esfuerzo inútil de las olas.
Y me bebo los versos infelices
que corté para ti con estas manos.
© Juan Ballester
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