Qué hambrientos los teléfonos desde que estamos juntos,
qué llenos de silencio, qué distantes y fríos,
cómo duelen sus teclas, pálidas y oxidadas,
qué tacto de cuchillos cada vez que callamos.
Qué tristes los teléfonos desde que somos uno,
desde que compartimos madrugadas y sueños,
qué aspecto tan distinto sus botones y teclas
como si de repente se trocaran en gárgolas.
Qué de palabras muertas, qué de frases no dichas,
qué de noches perdidas llorando en los cajones,
mientras las pesadillas van perdiendo su rostro
y los acantilados no recuerdan quién somos.
Qué inútiles, qué sordos, qué pájaros sin alas,
qué peces sin océano, qué caballos sin hierba,
qué latidos de hierro, qué números tan fríos
desde que nuestras vidas caminan de la mano.
Qué pena, los teléfonos,
desde que hemos vencido al reloj y al invierno.
© Juan Ballester
martes, 29 de julio de 2008
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