EL AFILADOR
Este dolor heroico de hacerse para cada noche
un nuevo par de alas...
¿Dónde estarán las que ayer puso sobre mis hombros
el insomnio de la primera hora del alba?
Día, afilador de tijeras de oro
y puñales de acero y espadas de hierro:
anoche yo tenía dos alas
y estuve cerca del cielo.
Pero esta mañana llegaste tú con tu flauta,
tu piedra,
tus doce cuchillos de plata.
¡Y lentamente me fuiste cortando las alas!
LA PESCA
La espuma me salpica como un rocío blanco
Y el viento me enmaraña el caballo en la frente
A mi espalda está el verde respaldo del barranco
Y a mis pies el gran río de elástica corriente.
Rumores de la selva y rezongos del agua,
Y tal como una lepra sobre el dorso del río,
La mancha oblonga y negra que pinta la piragua,
En la fresca penumbra del recodo sombrío.
No medito, no sueño, no anhelo, estoy ligera
De todo pensamiento y de toda quimera.
Soy en este momento la hembra primitiva,
Atenta sólo al grave problema de su cena,
Y vigilo glotona, con un ansia instintiva,
El corcho que se mece sobre el agua serena.
AMÉMONOS
Bajo las alas rosa de este laurel florido,
amémonos. El viejo y eterno lampadario
de la luna ha encendido su fulgor milenario
y este rincón de hierba tiene calor de nido.
Amémonos. Acaso haya un fauno escondido
junto al tronco del dulce laurel hospitalario
y llore al encontrarse sin amor, solitario,
mirando nuestro idilio frente al prado dormido.
Amémonos. La noche clara, aromosa y mística
tiene no sé qué suave dulzura cabalística.
Somos grandes y solos sobre el haz de los campos
y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,
con estremecimientos breves como destellos
de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.
LA PEQUEÑA LLAMA
Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge
el calor de las almas que pasan en su viaje?
Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.
Yo respeto y adoro la luz como si fuera
una cosa que vive, que siente, que medita,
un ser que nos contempla transformado en hoguera.
Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
una pequeña llama de dulzura infinita
para tus largas noches de amante desolado.
CEMENTERIO CAMPESINO
¡Oh muertos casi anónimos del cementerio árido
donde tan sólo hay piedras y una inmensa palmera
que hace cantar la brisa y ofrece cachos dulces
en los primeros meses de cada primavera!
¡Oh muertos para quienes el silencio es enorme
y no se acaba nunca! ¿Será bueno dormir
como ellos, sin nada, que les aje el reposo?
¿Se está bien allá abajo o desearán salir
un día, a correr campos, a buscar a los hombres
el movimiento, el grito, la verticalidad,
cansados del descanso sin tregua, llenos de ansia
por la inquietud ardiente, viva, de la ciudad?
¡Oh muertos campesinos, hermanos de los otros
que duermen en el fondo frío y torvo del mar,
al arrullo monótono y salvaje del agua
que ahoga todo rezo y estrangula el cantar
de los vientos: yo clamo, yo clamo por vosotros
con el alma transida de infinita piedad!
¡Pobres muertos del campo a quienes nunca turba
el rumor de la vida honda de la ciudad!
AMOR
El amor es fragante como un ramo de rosas.
Amando, se poseen todas las primaveras.
Eros trae en su aljaba las flores olorosas
de todas las umbrías y todas las praderas.
Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,
de salvajes corolas y tréboles jugosos.
¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,
ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!
¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!
Perfume de floridas y agrestes primaveras
queda en mi piel morena de ardiente transparencia
perfumes de retamas, de lirios y glicinas.
Amor llega a mi lecho cruzando largas eras
y unge mi piel de frescas esencias campesinas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario