El silencio era total en la Sala mientras se leía el fallo de la Sentencia dictada por el Tribunal de apelación.
-Se condena al acusado a una pena de dos años de cárcel y a pagar una indemnización a la víctima de trescientos mil euros.
Suspiré aliviado. Por una vez se había hecho justicia.
En ese momento dos policías nacionales me esposaron y antes de que pudiese reaccionar era sacado de la Sala y conducido hasta el coche blindado.
Intenté protestar, pero en vano.
- ¡¡¡Pero oiga, si yo soy la víctima… !!!
Aquel día entendí por qué al veredicto judicial se le llama fallo.
© Juan Ballester
jueves, 23 de octubre de 2008
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