Según nos relata el propio Jardiel, fue un éxito clamoroso a excepción de una escena hacia el final de la comedia, que a juicio del público tenía una longitud excesiva.
Se trata de una obra rebosante de poesía en la que se aprecian dos partes bien diferenciadas. La primera, de un fino humorismo, es una especie de sainete en el que con sorprendente realismo se retrata el ambiente cotidiano y la lucha diaria de los que viven en el umbral de la pobreza, y es a juicio de Alfredo Marqueríe, “lo mejor que ha salido de la pluma de este fecundo y originalísimo autor que es Jardiel Poncela”. El segundo acto, por el contrario, defrauda por ese empeño de Jardiel en buscarse enredos y complicaciones, dando un giro total al ritmo de la obra, resultando demasiado enrevesado y con unos recursos humorísticos algo pobres: armaduras que se mueven, apariciones y desapariciones extrañas, resortes ocultos, muertos que están vivos, vivos que creen estar muertos, identidades falsas, etc.
Hay un dato que no deja de ser curioso, y es que se trata de la única comedia de Jardiel que nunca ha sido publicada de forma independiente, habiendo aparecido solamente en el tomo VIII de sus obras teatrales, titulado “Agua, aceite y gasolina y dos mezclas explosivas más”, aparte de en sus obras (in)completas publicadas por la editorial AHR a partir de 1958.
Creo que esta comedia -una de las más olvidadas del genial humorista- bien se merece una oportunidad, bien mediante su publicación de forma autónoma, o -lo que sería aún mejor- si alguna compañía solvente se decidiera de nuevo a representarla.
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