Ya son las seis. El gran reloj marca las horas
con seis gemidos largos, agudos y vibrantes.
Antes tocó las cinco, y dio las cuatro antes,
difundiendo sus notas armónicas, sonoras.
Afuera, en la calle, el farol no se enciende
y la tarde se cubre más y más de penumbra;
hay solamente un último resplandor que la alumbra
pero todo lo invade la sombra que se extiende.
Quedan aún minutos de vaga incertidumbre
en que no se deciden los rayos a extinguirse,
resistiéndose un poco porque no quieren irse,
pero es ya muy difícil que esa luz nos alumbre.
En algunos hogares se enciende una bombilla,
un sol artificial que combate la noche;
y brillan los destellos del faro de algún coche
porque ha muerto la tarde, esa tarde sencilla.
© Juan Ballester
lunes, 10 de noviembre de 2008
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