jueves, 29 de enero de 2009

Historias para no despertar (IV)


HISTORIA DE UN PRISIONERO QUE SE SALVO DE UNA MUERTE SEGURA GRACIAS A UNA INGENIOSA TRETA

Amanece. A través del pequeño ventanuco entra ya el primer rayo de claridad que anuncia un nuevo día, pero él continúa despierto. Tan sólo las botas olvidadas unos metros más allá y la paja apelmazada denotan que ha estado descansando. La camisa, que fue blanca en un pasado no muy lejano, se le adhiere al cuerpo, producto del sudor, a pesar de que en el calabozo hace bastante frío.
Percibe unos pasos que se encaminan por la galería hacia donde él se encuentra. Con parsimonia comienza a calzarse, mientras piensa que todo va a terminar en un par de minutos. Cuando la robusta puerta se abre, tres soldados armados con bayonetas le conminan a salir, sin dejar de apuntarle ni un solo instante.
Se incorpora e inicia la marcha hacia el exterior. Le duele todo el cuerpo, tiene la boca pastosa y le aterra pensar que va a morir. Un gallo a lo lejos pronuncia su grito de guerra, anunciando el que para él será último día. Cuando llega al patio, el pelotón de fusilamiento espera en posición de descanso, y a una orden del capitán quedan todos firmes. Le atan al madero, le vendan los ojos para que no se le revienten con la descarga, y se hace el silencio.
- Prisionero, antes de morir -las palabras del son amenazantes, casi burlonas-, tiene derecho a expresar su última voluntad.
- Desearía -el prisionero apenas si tiene un hilito de voz- que todos ustedes estuvieran muertos, que todo esto fuese un sueño, una pesadilla ...
Un molesto zumbido le va devolviendo a la realidad. ¿Dónde se encuentra? ¿Quién es la mujer que duerme a su lado? Salta de la cama y escucha a lo lejos un reloj que toca siete campanadas. No alcanza a comprender qué son todos esos objetos extraños que le rodean, ni por qué la gran araña que cuelga del techo emite esa luz, pero su instinto le dice que debe darse prisa si no quiere llegar tarde al trabajo.


© Juan Ballester

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