lunes, 16 de febrero de 2009

Blanca por fuera y Rosa por dentro

Hoy, 16 de febrero se cumplen 66 años (1943) del estreno, en el teatro de la Comedia de Madrid, de la comedia en dos actos de Jardiel titulada Blanca por fuera y Rosa por dentro.

Su argumento es completamente original, a la vez que disparatado:


Al contrario que su hermana Rosa, joven fea pero muy bondadosa y que falleció en un accidente de tren, Blanca es hermosa pero con un carácter insoportable, y mantiene cons­tan­tes y estrepitosas broncas con su esposo Ramiro. Tras sufrir otro accidente ferro­viario se pro­ducirá en ella una mutación de carácter, pero al sentirse como Rosa, se irá ena­mo­rando de su cu­ñado Héctor, que estuvo casado con la hermana fallecida. Los esfuerzos de Ramiro, Héctor y el doctor Fonseca por hacerla volver a su estado pri­mitivo son infruc­tuosos, hasta que otro mé­di­co, el doctor Pallejá, sugiere reproducir el accidente en casa, lo que definitiva­mente tiene éxito.

Se trata de una pieza llena de aciertos y de situaciones hilarantes, que forma parte del núcleo de obras maestras de su autor. Junto a la figura de Blanca, joven hermosa pero de pésimo carácter, hay que destacar los personajes de Mónica, criada que pierde y recupera la me­moria cada vez que experi­menta una emoción brusca, y del doctor Fonseca, médico pesado pero lleno de comi­cidad.
El primer acto, aun siendo bueno, resulta tal vez algo facilón y previsible, aunque incorpora al­gu­nos recursos cómicos de lo más variado, como el escenario destrozado y varias batallas cam­pa­les, sin olvidar los característicos juegos de palabras. Y cuando la comedia parece estar ago­tada, el accidente de tren representa una nueva vuelta de tuerca que da paso a un segundo acto absolutamente brillante en donde se suceden las sorpresas y las situaciones, derivadas de la mu­ta­ción de carácter de dos de los personajes.
Son inagotables los recursos cómicos que Jardiel incorpora a lo largo de este segundo acto: desde un personaje vestido de la misma tela que el sofá, hasta la existencia de una lista de pa­la­bras prohibidas de pronunciar delante de la esposa, empleado más tarde precisamente para lo con­trario, para ser dichas a voz en grito por Camilo. Situaciones esperpénticas, como la disputa forzada de los novios o la curiosa lección de aritmética. Y personajes geniales, como ya se ha dicho, sin que falten dos representantes del estamento médico -Fonseca y Pallejá-, de los cua­les, si magní­fica es la forma en que retrata al primero, no lo es menos la del se­gundo, aunque su intervención sea mucho más breve.
En suma, todo el talento arrollador de Jardiel se manifiesta plenamente en esta increíble co­me­dia, en la que, como dato anecdótico, hay que reseñar una pequeña imprecisión refe­rente a la se­cuencia tem­poral en que se desarrolla el segundo acto, pues mientras en las aco­ta­ciones pre­li­minares se indica que transcurre durante una tarde de otoño, uno de los perso­najes sin embargo lo sitúa el 16 de septiembre, todavía verano aún por tanto.


En 1971 se realizó una paupérrima adaptación cinematográfica dirigida por Pedro Lazaga, e interpretada, en sus principales papeles, por José Luis López Vázquez, Esperanza Roy, Pepe Rubio y Josele Román, corriendo a cargo del siempre excelente Valeriano Andrés el papel de doctor Fonseca, sin duda el personaje más simpático de la obra.

Es de lamentar que tan prodigiosa comedia no se haya vuelto a representar desde 1964 y se escatime al gran público la oportunidad de regocijarse de principio a fin con una de las mejores piezas escénicas de su autor, que en nada desmerece de Eloísa o de Un marido de ida y vuelta, por citar solamente dos de las consideradas obras maestras de Jardiel.
NOTA: La fotografía que ilustra este comentario es gentileza de los nietos de Jardiel Poncela.

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