viernes, 27 de febrero de 2009

Los Oscar y el ombligo

Hace días que tenía ganas de escribir algo acerca de los tan cacareados Oscars de Hollywood. Así que voy a ello aprovechando la reciente ceremonia de los correspondientes a 2008 celebrada hace apenas unos días.

Lo primero que me sorprende es la trascendencia mediática que se le da a dichos galardones en España y demás territorios coloniales. Aunque ya se sabe que tratándose de algo que procede del poderoso Imperio, hay bajada de pantalón generalizada por parte de los medios de comunicación. Pero aun así, no sé por qué motivo han de tener tanto prestigio y ser la máxima referencia mundial en el Séptimo Arte unos premios que están hechos por y para el cine de los EE.UU, menospreciando prácticamente el que se realiza fuera del ámbito angloparlante o anglosajón, que para el caso viene a ser lo mismo.
Ya sabemos que la nación más poderosa del mundo siempre ha tenido una clara tendencia a imponer sus ídolos al resto de la humanidad, porque, como alguien dijo muy acertadamente, llegaron tarde a la Historia y eso lo tratan de compensar llenando las enciclopedias y wikipedias de nombres de personajes, de lugares y de acontecimientos de dudoso interés para el resto del planeta. Y es que el rico es el rico, y en torno a él siempre ha de existir una corte de pelotas, lameculos, cortos de miras, aduladores, cínicos y especímenes de igual ralea.
Habrá quien piense que estos comentarios están motivados por mi antipatía generalizada hacia todo lo que huela a USA, pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que los Estados Unidos de América, como nación, como modo de vida, como cabeza visible del capitalismo y el consumismo más furibundo, no me produce ninguna simpatía. Es cierto, sí, que jamás, mientras pueda elegir, pondré las suelas de mis zapatos en aquel vasto territorio habiendo miles de lugares en el resto del globo terráqueo en los que nunca he estado, pero de ahí a caer en la descalificación total hay un abismo. Precisamente soy un admirador incondicional de bastantes personajes nacidos en Estados Unidos o cuya actividad artística o profesional se ha desarrollado allí, a la cabeza de los cuales está el gigante Bob Dylan, el más grande músico, letrista e intérprete del siglo XX. Y si a día de hoy sigo vivo, es en buena medida gracias a la investigación realizada en el campo de la oncología en Estados Unidos, que me permitió recibir un tratamiento médico adecuado, que me fue negado en cambio por nuestra Seguridad Social. Dicho lo cual vuelvo al tema que me ocupa, es decir, al de los Oscars.

Si comparamos los Oscars con los Premios Nobel, que son el referente mundial en una serie de ramas del conocimiento humano, vemos que la diferencia entre unos y otros es abismal. Los Premios Nobel, aun con sus sonoras meteduras de pata, que de todo ha habido, sí son un verdadero barómetro en el campo de la investigación, de la literatura, de la economía o de la unión entre los pueblos. Pero, ¿qué pensaríamos si cada año la Academia Sueca premiase masivamente a sus com­pa­triotas y se olvidase de que el mundo no termina más allá de sus fronteras? Pues eso mismo sucede con los Oscars de Hollywood.
¿Cuántas películas españolas, francesas, italianas, rusas, checas, chinas, etc. han obtenido los máximos honores en las Nosecuantagésimas ediciones de los Oscars? ¿Cuántos actores no vinculados de forma más o menos directa con la industria cinematográfica norteamericana han resultado premiados? Y lo que es peor, ¿cuánta película ramplona, pasajera, insustancial ha sido reconocida por el jurado de los Oscars en detrimento de otras de muchísima más calidad pero menos rentables desde el punto de vista comercial?
Y para colmo, cuando se trata de repartir unas escasas migajas del pastel de los premios entre las películas de habla no inglesa, los sesudos académicos no tienen ningún rubor en dar un patinazo y votar a engendros como esos que firma cierto realizador manchego de cuyo nombre no quiero acordarme, y que por cuestiones de corrección terminológica nuestros politiquillos de turno aplauden haciéndonos ver que hay un genio entre nosotros y que estamos a la cabeza en lo que se refiere a cinematografía. ¡Ay, si Buñuel y compañía levantaran la cabeza!
Este año, para más INRI, le dan el Oscar a Penélope Cruz, lo cual, aparte de estar cantado de antemano, va a suponer que los del gremio de ‘artistas’ nos den el coñazo unos cuantos meses con su palabrería y su adulación, para acabar pidiendo más apoyo económico al cine español. Ya cuando comenté la tortura de los premios Goya puse en duda que el premio a Penélope Cruz tuviera algo que ver con el cine español, salvo el pertenecer a una película rodada en territorio patrio. Y la Academia de Hollywood lo ha confirmado, porque, de no tratarse de una película del gran Woody Allen -aunque sea una de sus peores cintas, según todos los expertos-, jamás se le habría otorgado semejante galardón a una actriz tan escasa de méritos artísticos.
Pero en fin, pasarán los años y los Oscars seguirán mirándose el ombligo y siendo un montaje publicitario al servicio de los magnates de la industria cinematográfica, al que solamente tendrán acceso los mismos de siempre, por supuesto de la nación de las barras y las estrellas. Y todos estos ‘peliculones’ de usar y tirar que ahora nos venden como la octava maravilla, caerán en el olvido, y en cambio permanecerán los nombres de siempre, los Bergman, Truffaut, Fritz Lang, Eisenstein, Fellini, etc., junto a unos pocos del otro lado del charco (Houston, Ford, Wilder, etc.).

© Juan Ballester

No hay comentarios:

Publicar un comentario