martes, 31 de marzo de 2009

Diecinueve hombres

Salieron diecinueve hombres una mañana
a buscar un destino, un porvenir
y al momento pudieron distinguir
una joven bellísima y lozana.

Siguieron dieciocho hombres por su camino,
siempre mirando al frente, hacia cualquier lugar
y encontraron tras mucho deambular
un lugar en el cual se despachaba vino.

Volvieron diecisiete hombres a hacer su viaje
hablando algunas veces, y otras silenciosos
y cruzaron un bosque de árboles frondosos
que ciertamente era un hermoso paisaje.

Y los dieciséis hombres continuaron su huida,
y al poco se internaron en una población
con llamativas luces y gran animación,
que parecía tener una agitada vida.

Quince hombres marcharon adelante
y divisaron luego un lujoso castillo
todo cubierto de oro y todo envuelto en brillo,
coronado por un puente colgante.

Prosiguieron catorce hombres su andar
llegando hasta una zona de cultivos y rasa
y en el centro se alzaba una gran casa
que aparte de ser casa, parecía un hogar.

Reiniciaron trece hombres su extraña expedición
y aquella misma noche vieron un cementerio
oscuro y terrorífico, pero con buen criterio
se alejaron de allí por la superstición.

Tornaron doce hombres al singular paseo
plantándose a las puertas de un enorme hospital
construido con hierro hormigón y cristal
que a simple vista era destartalado y feo.

Y aquellos once hombres que marchaban sin tregua
bordearon un río en busca de un remanso
y hallaron un lugar apto para el descanso
que distaba de allí poco más de una legua.

Diez hombres persistieron en su empeño
conduciendo sus pasos hasta una posada
de apariencia tranquila, y casi abandonada
y en verdad que tenían mucho sueño.

Siguieron nueve hombres en su peregrinar
por escarpados montes de sombra y de misterio
y en el fondo de un valle vieron un monasterio
y vieron unos monjes absortos en orar.

Y aquellos ocho hombres reanudaron su ruta
y después se toparon a muy poca distancia
con una especie de casa de tolerancia
en donde el vicio es libre y la carne disfruta.

Siete hombres se pusieron una vez más en marcha
y pronto comprendieron su extravío;
estaban fatigados, ateridos de frío
y sus botas crujían con la escarcha.

Seis hombres regresaron al sendero
y dieron con sus huesos en un sucio garito
donde muchos bebían hablando a voz en grito
y todos malgastaban su dinero.

Cinco hombres hicieron un trayecto
que pronto les condujo hacia una nueva tierra
y allí por todas partes se libraba una guerra
y cada cual hablaba en su dialecto.

Cuatro hombres se apuraron, avivaron su paso
y en seguida llegaron hasta un ferrocarril;
todo allí era caótico, la actividad, febril,
todos iban con prisa mas todos con retraso.

Tres hombres insistieron en esa travesía
y se vieron envueltos en una rebelión,
la gente parecía falta de educación
y fueron detenidos muchos en aquel día.

Los dos hombres pudieron tomar su itinerario,
apareciendo al fin ante el océano inmenso,
tranquilo, cristalino, impresionante y denso,
sin duda demasiado solitario.

Un hombre reanudó su recorrido
mas extrañado ante tan tensa calma
volvió la vista atrás, y no halló un alma:
sin darse cuenta, todos se habían ido.


© Juan Ballester

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