lunes, 30 de marzo de 2009

Historia del hombre que se murió antes de tiempo (2ª parte)

Como recordarán de la 1ª Parte, don Simón Ortega había logrado que se corrigiera un grave error relativo a su persona vertido en un periódico local. Aquella rectificación le dejo satisfecho, después de todo, como si hubiera ganado una importante batalla. No obstante, por culpa del mencionado incidente, el diario implicado empezó a perder prestigio, lectores e, inevitablemente, ganancias. La verdad es que la historia de la nota necrológica se había divulgado por toda la ciudad e incluso más allá. El periódico no tardó en verse abocado a cerrar, y como último recurso, decidieron demandar a don Simón como causante de sus pérdidas y de su impopularidad.
El juicio tardó algunos meses en celebrarse. Don Simón había solicitado los servicios de un abogado que fuera competente y avispado, y no sé quién tuvo la brillante idea de designarme a mí para su defensa. No es de extrañar que terminara como terminó. El periódico, por su parte, actuó con su letrado habitual.
Comenzó el juicio y ciertamente concluyó con rapidez. El juez, tras escuchar el resumen de hechos alegados, dio por finalizada la vista sin indagar más sobre el tema. Estimaba su señoría que las esquelas, al llevar el nombre del fallecido completamente en letras mayúsculas, no tenían necesidad de colocar los acentos, y que por tanto la reclamación de don Simón carecía de fundamento. También señaló que el periódico había actuado con cierta negligencia al publicar el óbito de una persona viva, aconsejándoles para el futuro mayor cuidado con este tipo de informaciones. Y cuando llegó al fallo (fallo garrafal, por cierto) sentenció lo siguiente: se condenaba a Simón a cumplir la voluntad de la esquela y por tanto a morirse, ya que se consideraba que el error no había provenido del periódico sino más bien de Simón, que debería haberse muerto cuando figuraba en la reseña del diario. Respecto a éste, se le negó la indemnización que solicitaba, con lo que su impopularidad se prolongó hasta años después.
Simón fue recluido para el resto de sus días en una celda fría, a cambio de conservar una vida que ya no le pertenecía. A decir verdad, de poco le sirvió el indulto que se le concedió, puesto que se suicidó no mucho después.
Y lo más curioso es que al día siguiente a su suicidio, el mismo periódico publicó la noticia e insertó una esquela con la primitiva fecha, es decir, como si se hubiese muerto dos años antes. Aún conservo en mi poder sendos recortes en un cajón de mi escritorio, y todo el que tenga interés en verlos puede pasarse por aquí de cuatro a siete, previa petición de hora.


© Juan Ballester

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