martes, 3 de marzo de 2009

Tipología del soneto (XXXI)


TEMÁTICA DEL SONETO

VIII.- El soneto satírico y festivo

He agrupado bajo este epígrafe los sonetos cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo ciertos rasgos físicos o actitudes de las personas, a menudo aludiendo a acontecimientos concretos que no siempre han trascendido hasta nosotros. Para ello sus autores recurren a la metáfora y al equívoco, incorporando no pocas veces una vena popular. Es característico de mu­chos de ellos la prosopopeya, poniendo opiniones del autor en boca de objetos inanimados. Abundan las rimas cacofónicas o de extremada dificultad.
Es un tema inagotable a lo largo de toda la historia, ya desde la antigüedad clásica, siendo especialmente cultivado entre los autores patrios durante el Siglo de Oro, y de nuevo hay que destacar en esta faceta a Quevedo, y junto a él a Góngora, Villame­diana, etc. Debido a su carácter ofensivo, no es raro que muchas de estas poesías sean de autor anónimo. A lo largo del s. XIX y XX la poesía satírica se centra en ridiculizar a personajes de la vida pública, y en especial de la política.
Satírico, burlesco, festivo, jocoso, grotesco: términos que se entremezclan pero que presentan matices diferenciales. Así, lo satírico acepta la escala de valores de la sociedad, aunque esté equivocada, mientras que lo burlesco ataca y ridiculiza dichos valores; lo jocoso se centra en el puro chiste, en aquello que causa hilaridad, sin tener necesariamente que profundizar en mora­lidades, mientras que lo festivo presenta cierta agudeza de ingenio. Por último, lo grotesco supone una exageración premeditada, una desfiguración de la naturaleza que da como resultado algo absurdo y a veces hasta cruel.
Rasgos comunes de la poesía satírica son la caricatura, el empleo de la ironía, el humor, la obscenidad e incluso lo escatológico.
Se recogen finalmente un par de ejemplos de soneto paródico en los que se hace una imitación de algún otro soneto conocido o se imita el estilo propio de un autor.



* Satírico

+ Sátira personal

Anacreonte español , no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a la luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

(Luis de Góngora: A don Francisco de Quevedo)

* * *

Patos de la aguachirle castellana,
que de su rudo origen fácil riega,
y tal vez dulce inunda nuestra Vega,
con razón Vega por lo siempre llana;

pisad graznando la corriente cana
del antiguo idïoma, y, turba lega,
las ondas acusad, cuantas os niega
ático estilo, erudición romana.

Los cisnes venerad cultos, no aquellos
que escuchan su canoro fin los ríos;
aquellos sí, que de su docta espuma

vistió Aganipe. ¿Huís?, ¿o queréis vellos,
palustres aves? Vuestra vulgar pluma
no borre, no, más charcos. ¡Zambullíos!

(Luis de Góngora: A los apasionados por Lope de Vega)

* * *

Orador, matemático y poeta
él sirve para todo y todo ha sido,
y a que suene su nombre decidido,
sólo el desdén del público le inquieta.

Su fe en la libertad es tan secreta
que ni él mismo tal vez la ha conocido;
mas a una trenza incombustible asido
tocó algún día del poder la meta.

Aun cuando el drama con exceso adora,
y, por costumbre, si a escribir se mete,
víctimas y más víctimas devora,

aunque la raza exterminar promete.
En la escena política hasta ahora
no ha pasado un instante del sainete.

(Anónimo: Contra Echegeray)


+ Sátira impersonal

Mejor me sabe en un cantón la sopa,
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.

Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiero menos sastre que más capa:
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa:
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a Fortuna, yo a la cepa.

(Francisco de Quevedo: Prefiere la hartura y sosiego men­digo a la inquietud magnífica de los poderosos)

* * *

Bañarse con harina la melena,
ir enseñando a todos la camisa,
espada que no asuste y que dé risa,
su anillo, su reloj y su cadena;

hablar a todos con la faz serena,
besar los pies a misa doña Luisa,
y asistir como cosa muy precisa
al pésame, al placer y enhorabuena;

estar enamorado de sí mismo,
mascullar una arieta en italiano,
y bailar en francés tuerto o derecho;

con esto, y olvidar el catecismo,
cátate hecho y derecho cortesano,
mas llevaráte el diablo dicho y hecho.

(Diego de Torres Villarroel: Ciencia de los corte­sa­nos de este siglo)


* Burlesco

Un valentón de espátula y gregüesco,
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica,
mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco,
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica,
y en el nombre de Dios pidió refresco.

«¡Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
-les dice-; donde no, por ocho santos,
que haré lo que hacer suelo sin tardanza!»

Mas uno, que a sacar la espada empieza,
«¿Con quién habla? -le dice al tiracantos-,
¡cuerpo de Dios con él y su crianza!

Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?»
Respondió el bravonel: «¡Irme sin ella!»

(Miguel de Cervantes)

* * *

Voto a Dios que me espanta esta grandeza,
y que diera un doblón por describilla:
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón y dijo: -Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.

Y luego incontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuése y no hubo nada.

(Miguel de Cervantes: Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla)


* Jocoso

Señora doña rosa, hermoso amago
de cuantas flores miran sol y luna
¿cómo si es dama ya, se está en la cuna,
y si es divina, teme humano estrago?

¿Cómo expuesta del cierzo al rigor vago,
teme humilde el desdén de la fortuna,
mendigando alimentos importuna
del turbio humor de un cenagoso lago?

Bien sé que ha de decirme que el respeto
le pierdo con mi mal limada prosa,
pues a fe que me he visto en harto aprieto,

y advierta vuesaerced, señora rosa,
que no le escribo más este soneto
que porque todo poeta aquí se roza.

(sor Juana Inés de la Cruz: Jocoso a la rosa)


* Festivo

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
los doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

(Francisco de Quevedo: A un hombre de gran nariz)


* Paródico

Estas, que me brotaron como escorias,
azules redes de dolor, varices,
y en mi tobillo siembran los matices
de sus mil telarañas ilusorias;

estas, sobre la piel, como memorias
que me bordó la edad, ricos tapices,
tiénenme, ¡oh Filis! hasta las narices
de sus rosas de sol circulatorias.

Mas ¿cómo he de sanar la que me estalla
rabia carnal segada por el dalle?
¿Cómo medicinalla y aplacalla,

si tú, Filis ebúrnea, por la calle,
vaste con el primero que te halla
y sóbate muslamen, busto y talle?

(Jorge Llopis: Soneto a imitación de Góngora)

* * *

Érase un hombrecillo que asomaba
de allá de lo profundo de una Jiba,
y érase una Corcova tal altiva
que cuasi con las nubes se rozaba.

Era un nuevo Babel que se labraba,
la Cuesta de Maltrata era hacia arriba;
érase una Corcova infinitiva,
Corcova perdurable, que no acaba.

Érase el Escorial de las corcovas,
era el Cáucaso, monte inaccesible,
el Olimpo y la Osa y Pelión; era

las Siete Maravillas de Jorobas:
Corcova tan atroz y tan terrible
que la espalda de Atlante la rindiera.

(Juan de Villa y Sánchez: A la corcova de Rui-Díaz)

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