El 16 de marzo de 1945 se estrenaba en el teatro Infanta Isabel de Madrid la comedia psicoilógica en tres actos Tú y yo somos tres, de Enrique Jardiel Poncela, que sólo en Madrid y en la época de su estreno alcanzó las 100 representaciones.
El éxito estuvo respaldado, en buena medida, en su argumento completamente disparatado:
Una mujer se ha casado por poderes con un hombre al que ha visto sólo por fotografías. Cuando llega el día de conocerle en persona, descubre que está unido por el brazo a un hermano siamés y, en pleno delirio, trata de suicidarse tirándose por la ventana de su casa, aunque milagrosamente salva la vida. La posterior separación física de los hermanos, lejos de solucionar el problema, lo agrava, dando lugar a situaciones de gran comicidad.
Es una comedia de puro entretenimiento, donde los recursos humorísticos son de lo más variado y sorprendente, empezando por el mismo planteamiento de la situación de base -el de los hermanos siameses-. Incluso la dramática escena del rescate con que se inicia la obra, lejos de producir angustia o preocupación, logra arrancarnos la sonrisa, debido a la forma en que Jardiel la plantea y a cómo se desenvuelven los personajes. En ningún momento se pierde el interés, y las situaciones cómicas fluyen sin pausa a lo largo de los dos actos. Excelentes son los juegos de palabras, en especial uno construido a base de confundir 'las horas' y 'las gotas' que una paciente ha de tomar como medicamento. Y en medio de ese tono desenfadado que caracteriza toda la pieza, no falta el momento apto para la lírica, cuando la protagonista describe los efectos del amor y se lanza a unos largos parlamentos llenos de poesía, con los que su autor demuestra un verdadero dominio de la técnica del monólogo.
Hay personajes bien construidos, en especial Gumersindo (el portero), Martínez (un periodista), Dominga (una criada), o el mismo Rodolfo (el esposo), y otros, en cambio, de los que podría esperarse más (la prima Matilde, o Raimundo, padre de la infeliz esposa). Y cómo no, para la galería antológica de médicos Jardiel nos regala esta vez dos inefables criaturas: Alberto Zendreras y Lóriga, que por una vez y sin que sirva de precedente resultan bastante competentes.
Quizá no resulta creíble el hecho de que los dos hermanos hayan permanecido 30 años unidos únicamente por el brazo, o que se quiera ocultar su presencia para evitar el acoso de la prensa. En cambio, las consecuencias mentales y las secuelas físicas que provoca la separación de los siameses es un asunto tratado de forma magistral por Jardiel.
En suma, se trata de una comedia ingeniosa, amena y brillante, de la que se hizo por cierto una adaptación cinematográfica dirigida por Rafael Gil, con Analía Gadé y Alberto de Mendoza al frente de un reparto en el que no faltaban secundarios ilustres (Ismael Merlo, Manolo Gómez Bur, etc.).
El éxito estuvo respaldado, en buena medida, en su argumento completamente disparatado:
Una mujer se ha casado por poderes con un hombre al que ha visto sólo por fotografías. Cuando llega el día de conocerle en persona, descubre que está unido por el brazo a un hermano siamés y, en pleno delirio, trata de suicidarse tirándose por la ventana de su casa, aunque milagrosamente salva la vida. La posterior separación física de los hermanos, lejos de solucionar el problema, lo agrava, dando lugar a situaciones de gran comicidad.
Es una comedia de puro entretenimiento, donde los recursos humorísticos son de lo más variado y sorprendente, empezando por el mismo planteamiento de la situación de base -el de los hermanos siameses-. Incluso la dramática escena del rescate con que se inicia la obra, lejos de producir angustia o preocupación, logra arrancarnos la sonrisa, debido a la forma en que Jardiel la plantea y a cómo se desenvuelven los personajes. En ningún momento se pierde el interés, y las situaciones cómicas fluyen sin pausa a lo largo de los dos actos. Excelentes son los juegos de palabras, en especial uno construido a base de confundir 'las horas' y 'las gotas' que una paciente ha de tomar como medicamento. Y en medio de ese tono desenfadado que caracteriza toda la pieza, no falta el momento apto para la lírica, cuando la protagonista describe los efectos del amor y se lanza a unos largos parlamentos llenos de poesía, con los que su autor demuestra un verdadero dominio de la técnica del monólogo.
Hay personajes bien construidos, en especial Gumersindo (el portero), Martínez (un periodista), Dominga (una criada), o el mismo Rodolfo (el esposo), y otros, en cambio, de los que podría esperarse más (la prima Matilde, o Raimundo, padre de la infeliz esposa). Y cómo no, para la galería antológica de médicos Jardiel nos regala esta vez dos inefables criaturas: Alberto Zendreras y Lóriga, que por una vez y sin que sirva de precedente resultan bastante competentes.
Quizá no resulta creíble el hecho de que los dos hermanos hayan permanecido 30 años unidos únicamente por el brazo, o que se quiera ocultar su presencia para evitar el acoso de la prensa. En cambio, las consecuencias mentales y las secuelas físicas que provoca la separación de los siameses es un asunto tratado de forma magistral por Jardiel.
En suma, se trata de una comedia ingeniosa, amena y brillante, de la que se hizo por cierto una adaptación cinematográfica dirigida por Rafael Gil, con Analía Gadé y Alberto de Mendoza al frente de un reparto en el que no faltaban secundarios ilustres (Ismael Merlo, Manolo Gómez Bur, etc.).
Muy acertada crítica. Un dato: La obra se iba a llamar "Tú y yo somos cuatro y sobran dos".
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