Dicen los tópicos que segundas partes nunca fueron buenas, pero cuando se trata de una entrega de premios literarios, y más en concreto del Certamen “Poemas sin Rostro”, uno está encantado de repetir un año más entre los finalistas y se siente una emoción especial por haber conseguido colarse entre ese puñado de privilegiados, tal como me sucediera hace dos años.
Fue en diciembre cuando se hizo pública la relación de poemas seleccionados en la IV edición del certamen, y tras seis meses de espera, acudía a Murcia el pasado día 4 de julio con la tranquilidad que proporciona el sentir que, pasase lo que pasase al final, se había cumplido sobradamente el objetivo inicialmente marcado.
Así que me propuse disfrutar de la cena en compañía de mis amigos, saludar a viejos conocidos, y enriquecerme intelectualmente al lado de tantos y tan cualificados asistentes al acto. Y por supuesto, como es consustancial en esta clase de actos, tenía además la remota esperanza de que el maestro de ceremonias encargado de leer la plica pronunciase mi nombre, aun a sabiendas de que la competencia iba a ser, como siempre, enorme.
La cena discurrió animadamente y las viandas desfilaron por las mesas haciendo las delicias de los más voraces, entre los que me incluyo, y luego de dar buena cuenta de las mismas llegó el momento más caliente de la noche. Emoción, nervios, caras de póker, discursos ensayados “por si las moscas”, cruzamiento de dedos, roces de medallas milagrosas y de amuletos infalibles. Se comienza por el certamen de poesía, el único en el que tengo opciones: el nombre del tercer clasificado cae como una bomba (para mí era favorito indiscutible). Sálvese quien pueda; a partir de ahora cualquier cosa puede suceder. Pero no he de esperar mucho, porque casi sin interrupción se desvela en nombre del clasificado en segundo lugar: Urrutia’s lover, es decir, Juan Ballester, o sea, yo mismo.
La alegría interior me desborda por completo, y subo al estrado a recoger el trofeo conmemorativo. Fotografías, sonrisas, aplausos, cientos de pensamientos que desfilan por mi mente, fantasmas que se desvanecen, felicitaciones de diversos asistentes, unos segundos de gloria hasta que se pronuncia el nombre del ganador absoluto y quedo en un confortable segundo plano. Es mucho más de lo que hubiera imaginado.
La ceremonia sigue: entrega de los premios de narrativa y del premio especial, sorteo de diferentes obsequios, copa y baile. Y luego, por las calles de Murcia, más baile y más felicitaciones. La noche es más hermosa que nunca; la compañía, inmejorable, y cuando por fin llego a la habitación del hotel, las manecillas del reloj marcan las seis y pico de la madrugada y ya está amaneciendo. Agotado, pero víctima de una extraña felicidad.
Y es que la vida, a veces, nos depara momentos inolvidables.
Juan Ballester (Urrutia’s Lover)
Fue en diciembre cuando se hizo pública la relación de poemas seleccionados en la IV edición del certamen, y tras seis meses de espera, acudía a Murcia el pasado día 4 de julio con la tranquilidad que proporciona el sentir que, pasase lo que pasase al final, se había cumplido sobradamente el objetivo inicialmente marcado.
Así que me propuse disfrutar de la cena en compañía de mis amigos, saludar a viejos conocidos, y enriquecerme intelectualmente al lado de tantos y tan cualificados asistentes al acto. Y por supuesto, como es consustancial en esta clase de actos, tenía además la remota esperanza de que el maestro de ceremonias encargado de leer la plica pronunciase mi nombre, aun a sabiendas de que la competencia iba a ser, como siempre, enorme.
La cena discurrió animadamente y las viandas desfilaron por las mesas haciendo las delicias de los más voraces, entre los que me incluyo, y luego de dar buena cuenta de las mismas llegó el momento más caliente de la noche. Emoción, nervios, caras de póker, discursos ensayados “por si las moscas”, cruzamiento de dedos, roces de medallas milagrosas y de amuletos infalibles. Se comienza por el certamen de poesía, el único en el que tengo opciones: el nombre del tercer clasificado cae como una bomba (para mí era favorito indiscutible). Sálvese quien pueda; a partir de ahora cualquier cosa puede suceder. Pero no he de esperar mucho, porque casi sin interrupción se desvela en nombre del clasificado en segundo lugar: Urrutia’s lover, es decir, Juan Ballester, o sea, yo mismo.
La alegría interior me desborda por completo, y subo al estrado a recoger el trofeo conmemorativo. Fotografías, sonrisas, aplausos, cientos de pensamientos que desfilan por mi mente, fantasmas que se desvanecen, felicitaciones de diversos asistentes, unos segundos de gloria hasta que se pronuncia el nombre del ganador absoluto y quedo en un confortable segundo plano. Es mucho más de lo que hubiera imaginado.
La ceremonia sigue: entrega de los premios de narrativa y del premio especial, sorteo de diferentes obsequios, copa y baile. Y luego, por las calles de Murcia, más baile y más felicitaciones. La noche es más hermosa que nunca; la compañía, inmejorable, y cuando por fin llego a la habitación del hotel, las manecillas del reloj marcan las seis y pico de la madrugada y ya está amaneciendo. Agotado, pero víctima de una extraña felicidad.
Y es que la vida, a veces, nos depara momentos inolvidables.
Juan Ballester (Urrutia’s Lover)
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