-Pase por aquí, por favor -le indicó la enfermera.
El doctor, sentado tras la mesa, levantó la mirada por encima de las gafas de concha al entrar el paciente.
-Siéntese, señor Robles. Ya tenemos el resultado de las pruebas.
Hubo un silencio tenso. El doctor garrapateaba una especie de informe con su gruesa pluma de escribir. Al fin se dobló hacia atrás en su butaca y se desperezó con disimulo.
-He estado estudiando los análisis, la resonancia magnética, el TAC y las pruebas de metabolismo. El diagnóstico es claro: Es usted gilipollas.
-¿Cómo? –el tal Robles creía no haber escuchado bien.
-Sí, que es usted un gilipollas. Tiene todos los síntomas de la enfermedad.
-Pero, ¿cómo va a ser…? –Robles no sabía ni qué decir.
-A ver, dígame una cosa. Imagínese que va por la calle y se encuentra una cartera con un fajo de billetes y con la dirección del propietario. Usted, ¿qué haría?
-Pues devolvérselo –contestó Robles sin titubear.
-¡Menudo gilipollas! –sentenció el médico-. ¿Y si un listillo se cuela delante de sus narices en la cola de un cine, o para entrar a una exposición? ¿Qué le diría?
-Pues nada. Allá él con su conciencia.
-Es usted gilipollas, Robles. ¿Lo está viendo? Y dígame, si un desconocido le dice un piropo a su esposa yendo del brazo con usted, ¿cómo reaccionaría?
-Pues me pondría muy contento de estar casado con una mujer tan bella y atractiva.
-¡Sin remedio! –el doctor parecía confirmar sus peores augurios y movía la cabeza hacia ambos lados- Y ya la última, si un día, al llegar a casa, encuentra a su esposa en la cama con otro, ¿cómo lo solucionaría? Haciendo sangre, ¿no?
-¿Sangre? ¿Cómo que sangre? ¡Qué va! Imagino que trataría de averiguar quién es ese tipo y por qué estaba allí.
-¡Gilipollas total, no hay duda! Si los análisis nunca fallan… Lo suyo es grave, Robles, es uno de los cuadros clínicos más severos que se me han planteado –el doctor hizo una pequeña pausa, y a renglón seguido, añadió- Y lo peor es que no existe tratamiento conocido contra eso, porque es algo que se lleva en los genes, que se transmite de padres a hijos.
Nuevamente se hizo el silencio en el despacho.
-Pues vaya, si que está mal la cosa…
-Resignación, Robles, resignación, y ponerse en manos de la providencia. Es lo único que se puede hacer ya.
El doctor apretó el interfono y llamó a la enfermera.
-Nieves, prepare el dossier completo de Saturnino Robles. –y dirigiéndose al paciente- Antes de irse, pase por Administración para que le comuniquen los honorarios.
Robles dejó escapar un silbido de indignación cuando le presentaron la factura. ¡Tres mil quinientos euros! Eso era un robo…
-Lo siento, señor Robles –dijo la empleada-, pero es la tarifa oficial para gilipollas como usted. Buenas tardes.
Dicho lo cual se dio media vuelta y descolgó el teléfono que estaba sonando insistentemente.
© Juan Ballester
jueves, 10 de septiembre de 2009
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