Irrefrenable impulso de darte un beso
cada vez que te miro, cuando apareces,
de llenarte la cara de húmedos peces,
de estrellas, amapolas y todo eso.
Extraña sensación de recorrerte
con mis dedos heridos como sarmientos,
de tenerte en mis brazos unos momentos
para aliviar la herida que me da muerte.
Inconsciente deseo de ir tras tu estela
como un ratón en pos de aquel flautista,
recorrer laberintos, seguir la pista
de ese suelto cabello, de esa gacela.
Insensato placer de tu sonrisa,
de tu piel, de tus ojos, de tu presencia
burlando a la razón, a toda ciencia,
imaginando enigmas, dulce y sin prisa.
Honda necesidad de hablar, de hablarte,
de proclamar a gritos esta locura
que sin querer se lleva mi noche oscura
y me sirve de lema y de estandarte.
Profundo ardor de ti, que me demuda,
que me transporta al éxtasis todas las tardes
pidiendo que me escuches y que me guardes
un trozo de tu carne, blanda y desnuda.
© Juan Ballester
lunes, 25 de octubre de 2010
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