El que inventó la siesta merece un monumento.
No hay placer comparable al de la sobremesa
cuando el buche está lleno y el párpado te pesa
y en el sofá te sientas a estirarte un momento.
Y te acomete el sueño, como un cálido viento
y enseguida Morfeo en los labios te besa.
Noticias, reportajes, ya nada te interesa,
es inútil la lucha por mantenerte atento.
Y así se pasan horas: una, dos, tres incluso
-que en esto de la siesta hay también mucho abuso-
mientras el ñu termina y acaba el culebrón.
Y cuando al fin despiertas, feliz pero aturdido,
el reloj te recuerda el tiempo que has perdido
y, avergonzado, dejas en silencio el salón.
Y como fin de fiesta,
lo que más te apetece tras esa larga siesta
es un trago de vino y un taco de jamón.
© Juan Ballester
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario