martes, 1 de julio de 2008

¡A JUGAR!

No deja de ser curioso y preocupante que, incluso en momentos de crisis eco­nó­mica, las autoridades y los medios de comunicación nos inviten a jugar y gastar nuestro dinero en las más variadas clases de juegos de azar.
Es un hecho que los programas-concurso de televisión obtienen excelentes cuotas de audiencia, y en los medios de comunicación, al parecer, es muy impor­tante ser el líder sin reparar en cómo se consiga dicho liderato. Así que, a falta de otros estímulos, ofrecen montones de fantásticos regalos. Parece como si a la gente le gustara ver a los demás ganando (o dejando de ganar) suculentos pre­mios. En efecto, es normal encontrar cada día que este o aquel canal nos torturan con dos o tres programas diferentes en los que una serie de concursantes, famo­sos o no, tienen que demostrar su nivel de estupidez para obtener así un más que dudoso galardón. La mayor parte de estos programas son aburridos y causan ru­bor entre los telespectadores de buen gusto (especie a extinguir, según parece), pero eso no parece importar a sus responsables. En eso exactamente consiste el negocio, así que es necesario enganchar al televidente ofreciendo montones de regalos: un millón de euros, un viaje al Caribe (o por qué no, al­re­dedor del mundo), un fin de semana en la playa, y por supuesto el inevitable automóvil. Y casi todos esos espectáculos responden a la misma premisa: cuanto me­nos sepas, cuanto más inculto seas, más podrás ganar. Basta con enviar un có­digo de barras a un apartado de correos de Madrid o Barcelona, y ni siquiera es necesario des­pla­zarse hasta los estudios de la cadena de televisión en cues­tión, pues también puedes jugar desde la butaca de tu casa.
Es triste que los concursos cuyos participantes necesitan demostrar sus conoci­mientos culturales son los que ofrecen menos premios, lo que induda­ble­mente los hace menos populares, menos vistos. ¿Se deberá esto a que son más aburri­dos para el "gran público", o simplemente a que tratan de recom­pensar a la gente que sabe algo?
Por otro lado, los Gobiernos también promueven el juego hasta el punto de re­transmitir diversas clases de sorteos: lotería, cupones de ciego, etc. Esta es otra cara de la misma moneda, otra lectura del mismo mensaje: gasta tu dinero, prueba a hacerte millonario, no pierdas la oportunidad, es muy fácil conseguirlo.
Pero, ¿de dónde salen los fondos para costear toda esta lluvia de regalos y mi­llones? La respuesta parece obvia: del bolsillo de cada ciudadano. En cierta cla­se de juegos de azar, el Gobierno o la institución que lo patrocina retiene una im­portante parte de lo recaudado y reparte el resto; en otras, el importe de lo ga­na­do por un concursante proviene de un donativo realizado por una deter­minada marca comercial, que lógicamente ya cuenta con repercutir el im­porte de dichos regalos al consumidor final de su producto. Desconozco si este mé­todo es renta­ble, si tanto gasto en publicidad sirve para algo en la era del zapping, (su­pongo que sí, supongo que los departamentos de publicidad saben lo que hacen), pero estoy seguro que esos artículos serían más baratos si dejasen de hacer tantos regalos. Y finalmente, en la mayor parte de los casos el importe de los premios proviene de una parte de lo que se recauda a través de las llamadas de teléfono de los que desean participar. Todo un negocio, por cierto, el de los 902, los 906 o los sms, que vienen a ser lo mismo.
Uno se pregunta si es honesto incitar a la gente a que gaste su dinero en el juego, en adquirir objetos inútiles con la única finalidad de tomar parte en sor­teos, recurriendo a publicidad engañosa. Y además, ¿cuántos presenta­dores de esos programas han probado realmente las excelencias de los pro­ductos que anuncian?
Pero eso no importa, repito. Es mejor no preocuparse por el nivel cultural de nuestro país. Lo único importante es jugar, seguir jugando. Así que ¡juguemos!

© Juan Ballester

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