No deja de ser curioso y preocupante que, incluso en momentos de crisis económica, las autoridades y los medios de comunicación nos inviten a jugar y gastar nuestro dinero en las más variadas clases de juegos de azar.
Es un hecho que los programas-concurso de televisión obtienen excelentes cuotas de audiencia, y en los medios de comunicación, al parecer, es muy importante ser el líder sin reparar en cómo se consiga dicho liderato. Así que, a falta de otros estímulos, ofrecen montones de fantásticos regalos. Parece como si a la gente le gustara ver a los demás ganando (o dejando de ganar) suculentos premios. En efecto, es normal encontrar cada día que este o aquel canal nos torturan con dos o tres programas diferentes en los que una serie de concursantes, famosos o no, tienen que demostrar su nivel de estupidez para obtener así un más que dudoso galardón. La mayor parte de estos programas son aburridos y causan rubor entre los telespectadores de buen gusto (especie a extinguir, según parece), pero eso no parece importar a sus responsables. En eso exactamente consiste el negocio, así que es necesario enganchar al televidente ofreciendo montones de regalos: un millón de euros, un viaje al Caribe (o por qué no, alrededor del mundo), un fin de semana en la playa, y por supuesto el inevitable automóvil. Y casi todos esos espectáculos responden a la misma premisa: cuanto menos sepas, cuanto más inculto seas, más podrás ganar. Basta con enviar un código de barras a un apartado de correos de Madrid o Barcelona, y ni siquiera es necesario desplazarse hasta los estudios de la cadena de televisión en cuestión, pues también puedes jugar desde la butaca de tu casa.
Es triste que los concursos cuyos participantes necesitan demostrar sus conocimientos culturales son los que ofrecen menos premios, lo que indudablemente los hace menos populares, menos vistos. ¿Se deberá esto a que son más aburridos para el "gran público", o simplemente a que tratan de recompensar a la gente que sabe algo?
Por otro lado, los Gobiernos también promueven el juego hasta el punto de retransmitir diversas clases de sorteos: lotería, cupones de ciego, etc. Esta es otra cara de la misma moneda, otra lectura del mismo mensaje: gasta tu dinero, prueba a hacerte millonario, no pierdas la oportunidad, es muy fácil conseguirlo.
Pero, ¿de dónde salen los fondos para costear toda esta lluvia de regalos y millones? La respuesta parece obvia: del bolsillo de cada ciudadano. En cierta clase de juegos de azar, el Gobierno o la institución que lo patrocina retiene una importante parte de lo recaudado y reparte el resto; en otras, el importe de lo ganado por un concursante proviene de un donativo realizado por una determinada marca comercial, que lógicamente ya cuenta con repercutir el importe de dichos regalos al consumidor final de su producto. Desconozco si este método es rentable, si tanto gasto en publicidad sirve para algo en la era del zapping, (supongo que sí, supongo que los departamentos de publicidad saben lo que hacen), pero estoy seguro que esos artículos serían más baratos si dejasen de hacer tantos regalos. Y finalmente, en la mayor parte de los casos el importe de los premios proviene de una parte de lo que se recauda a través de las llamadas de teléfono de los que desean participar. Todo un negocio, por cierto, el de los 902, los 906 o los sms, que vienen a ser lo mismo.
Uno se pregunta si es honesto incitar a la gente a que gaste su dinero en el juego, en adquirir objetos inútiles con la única finalidad de tomar parte en sorteos, recurriendo a publicidad engañosa. Y además, ¿cuántos presentadores de esos programas han probado realmente las excelencias de los productos que anuncian?
Pero eso no importa, repito. Es mejor no preocuparse por el nivel cultural de nuestro país. Lo único importante es jugar, seguir jugando. Así que ¡juguemos!
© Juan Ballester
martes, 1 de julio de 2008
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