martes, 19 de agosto de 2008

El monstruo olímpico

Estamos en plena vorágine de los Juegos Olímpicos, y el despliegue de medios técnicos y humanos por parte de RTVE es generoso, como no podría ser de otra forma, ya que es un acontecimiento que rebasa lo deportivo para adentrarse en el terreno de lo político, lo social y hasta lo económico. Y sin embargo, una vez más me quedo con la sensación de no poder ver –porque apenas se les presta atención- ciertas competiciones minoritarias que sin embargo son de gran dificultad y belleza plástica.

No es momento aún de hacer balance deportivo de nuestra selección, aunque todo hace indicar que el bagaje de medallas va a ser sensiblemente menor de lo esperado por nuestros directivos. Hay muchas medallas claras que se nos están marchando de las manos por bisoñez, exceso de confianza, fragilidad mental o mala suerte… En fin lo de siempre.

Pero quizá sí sea momento para plantearse la dimensión que edición tras edición alcanzan los Juegos. Cada vez hay más deportes olímpicos, más modalidades, más pruebas (y por supuesto por partida doble, por haber categorías masculina y femenina). Y ello supone que las ciudades/países organizadores han de disponer de una serie de infraestructuras (instalaciones, alojamientos, comunicaciones, transportes, seguridad, etc.) que amenazan con convertirse en algo imposible de sobrellevar excepto para un reducidísimo número de países. Y supone también que, al resultar imposible estar en dos sitios a la vez, las cadenas de televisión han de decidir qué acontecimiento retransmiten para sus espectadores. Y en general se suele preferir aquellos en que intervienen representantes de su país, sin tener en cuenta la duración de la prueba o el interés que despierta entre la población.

Y de esta forma hemos de aguantar estoicamente transmisiones de balonmano femenino entre España y Corea, o de hockey masculino enfrentándonos a Singapur, o inacabables partidos de waterpolo en que nos jugamos más bien poco ante la Eslovenia o Montenegro de turno. Y la verdad es que eso llega a cansar, al menos para un devorador de eventos deportivos como yo.

Y eso, para no hablar de las incomprensibles ausencias. Imaginemos el día que por fin se incorporen el rugby o el hockey sobre patines a las disciplinas olímpicas, o cuando se decida que no tiene sentido excluir a los futbolistas de élite de esta competición (hasta ahora, no se sabe bien por qué, solamente se permite participar a futbolistas menores de una cierta edad. Deben temer que admitiendo a las grandes estrellas, el fútbol acapararía todo el interés mediático).

La solución pasaría por excluir los deportes de grupo de las disciplinas olímpicas, aunque ello levantase ampollas entre directivos y federados. Y también, por supuesto, excluir todas aquellas competiciones en las que el éxito o el fracaso no dependen del hombre sino de otros factores que no están al alcance de la totalidad de los competidores. Me refiero, por ejemplo, a los caballos. En las pruebas de hípica, por razones obvias, cada competidor interviene con su propio caballo, y aunque se valora la destreza del primero, no cabe duda de que influye tanto o más la casta o valía del segundo. Es como pretender que en Fórmula 1 un coche de los menos competitivos compita en condiciones de igualdad con los todopoderosos McLaren o Ferrari.

Sé que los deportes de equipo fomentan la camaradería, el compañerismo y todo eso, pero corren el riesgo de convertirse en una lacra demasiado pesada para el olimpismo. Si queremos pruebas colectivas ahí tenemos el remo, por ejemplo, en donde intervienen hasta 8 deportistas por embarcación; o los relevos de atletismo, de indudable belleza plástica, o la natación sincronizada o los saltos de trampolín, verdaderos ejemplos de deporte y compañerismo.

Y no digamos ya el chorreo de medallas que suponen esos deportes de equipo. Una medalla de oro se convierte en una para cada miembro del equipo, y así podemos estar hablando de unos 20 jugadores por selección, según los casos.

Repito que esta reducción de deportes y por ende de participantes no se plantea por parte del COI, pero no sería mala cosa que los directivos reflexionaran un poco sobre ello con el fin de lograr unos Juegos Olímpicos más manejables y sencillos en los que todos pudiésemos disfrutar más.

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