martes, 23 de junio de 2009

Un premio en directo

Artículo escrito en 2006 con motivo de serme concedido el 2º Premio en la II edición del Certámen “Poemas sin Rostro”, que convoca el canal Literatura del Irc-Hispano

Eso de escuchar las ceremonias de entrega de premios en directo, cuando uno mismo es parte implicada en ello, suele traer mala suerte. Es como ir al salón de loterías y apuestas del Estado a ver cómo los niños de San Ildefonso cantan el gordo pretendiendo que éste coincida con el número del billete que llevas en el bolsillo. Eso nunca sucede así.

Además, no se sabe qué es peor. Si resultas elegido, parece que has ido para buscar el elogio fácil, la palmadita cariñosa de tus compañeros y/o amigos, o para restregárselo por la cara a algún envidiosillo, que de todo hay en la viña del Señor; parece que quieres alimentar tu ego y darte un baño de multitudes. Pero si tomas la decisión contraria, la de no asistir al evento, y optas por enterarte después, cuando ya todo ha pasado, lamentarás haber perdido una oportunidad única en tu vida.

Confieso que aquella noche no tenía ninguna esperanza de que mi seudónimo fuera pronunciado -tecleado debería decir- por el presidente del jurado del II Certamen “Poemas sin rostro”. Ya había sido un milagro pasar el corte y haber quedado entre los diez finalistas, habiéndose presentado 350 poemas a concurso. Mi soneto titulado “Poema de la mediocridad” ya había cumplido su ciclo vital, había obtenido un dignísimo puesto de finalista. Pero, ay, un soneto, en estos tiempos que corren de verso libre, de prosa con tijeretazos, de todo vale, un soneto, digo, era un lastre demasiado pesado en medio de ese puñado de poemas privilegiados.

La competencia era muy dura, además. Mis favoritos desde el principio eran Zyriab y SieteG, pero cualquiera de los otros siete podía también llevarse el galardón. Mi poema, haciendo honor a su título, quedaría seguramente clasificado en mitad de la tabla, sin pena y sin gloria, o como diría Miguel Mihura, ni pobre ni rico, sino todo lo contrario.

Hacia las nueve entré al canal con mi nick habitual, ‘madrigal’. Preferí emplear éste que el utilizado como seudónimo en el concurso. Lo contrario hubiera parecido una presunción por mi parte, un llamar la atención innecesariamente. Y en seguida comenzó la entrevista con Vicente Gallego. Las preguntas iban sucediéndose sin prisa pero sin pausa, y el fallo del jurado se hacía de rogar, o al menos a mí me lo parecía. Me vino a la memoria el currículo literario que había mandado apenas unos días antes. Bueno, más que un currículum parecía un ridículum, porque había puesto en él demasiadas tonterías, (que si Greta Garbo, que si las chicas del instituto... en fin, qué vergüenza) y eso daba una imagen poco seria de mí… Pero ya estaba hecho, menos mal que la cosa no llegaría a mayores. Alguien tenía que ser la oveja negra, alguien tenía que poner el toque humorístico entre tanto premio y accésit y mención especial y bla bla bla.

Y por fin el momento culminante. Con cierta solemnidad se empiezan a anunciar los tres poemas/poetas que van a ocupar un lugar en el podio. Tercer premio, para SieteG, por su Apunte para un poema de 60 versos. Cantado, no me coge de sorpresa, yo mismo lo elegí hace semanas en la votación del público. Gran poema. Merecidísimo. Nada que objetar, desde luego. Me alegra que el jurado haya coincidido conmigo en este punto.

Casi sin dar respiro Carlos Marzal anuncia el segundo premio. Poema nº 66. Seudónimo: Flor de un día. Título: Poema de la mediocridad.

¡Ostras! El mío. Ese es mi seudónimo, mi poema, ese soy yo, saliendo de la mediocridad, emergiendo a la superficie desde las profundidades abisales. Y escucho -o por mejor decir, leo- las razones que el jurado aduce para premiarlo: “En este caso, es un magnífico soneto, que demuestra un espléndido conocimiento de la tradición y un completo dominio de la forma". Y añaden algo así como “Tiene doble mérito, porque hay que echarle valor para escribir sonetos en el siglo XXI”. Bufffff, qué cosas tiene que leer uno.

No lloro. No me desmayo. No me pongo a dar saltos. Simplemente me quedo como paralizado, perplejo. Resbalo por la silla, mientras espero el veredicto final, el nombre del ganador absoluto. Ojalá fuese quien yo deseo, y mi felicidad sería completa, pero no, en seguida disparan un número, el 51, y un nombre, Seth, y un título “Ya no vuelvo a morir”. Otro gran poema. Igualmente merecidísimo. Y además resulta que este Seth no me es del todo desconocido, y lo encuentro agazapado, camuflado entre la lista de usuarios conectados al Canal Literatura. Lo felicito en privado; no me contesta, quizá no esté delante de la pantalla en ese momento.

Recibo algunas felicitaciones de conocidos que han asistido a la ceremonia; varios de ellos también habían participado en el certamen, aunque no habían tenido suerte. Siento un regusto extraño en los labios, una mezcla de deber cumplido y de usurpación de una gloria que sin duda alguien se merecía más que yo.

A los pocos minutos, recibo una llamada telefónica. Ni que hubiese ganado el Nobel. Pero no es el rey, ni Rodríguez Zapatero, no. Es un amigo que ya se ha enterado de lo del premio, hay que ver cómo vuelan las noticias. A este paso, mañana salgo en primera plana en todos los periódicos.


Y dicho esto, aquí dejo el poemita de marras:

Yo nací, como todos, pobre y frío,
un domingo cualquiera de verano;
me arrojaron al mundo, y en mi mano
no pusieron ni un pan, sólo el vacío.

Nací para ser piedra, o tal vez río,
nací llorando ya, desde temprano,
y temo que mi llanto será en vano
lo mismo que es en vano mi albedrío.

Yo nací con el gris por compañero,
con la mediocridad como estandarte,
con el dolor anónimo en las venas.

Yo nací sin timón y sin sendero,
sumido en un silencio que me parte
los sueños de cristal que soñé apenas
.

© Juan Ballester

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