jueves, 17 de diciembre de 2009

Un día en la vida

Siempre es interesante cuando salgo a la calle,
vaya por donde vaya no hay día que no halle
una escena curiosa o un ingenuo detalle.

Hoy por ejemplo observo que puede ser que llueva,
y no tengo paraguas, aunque sí hay quien lo lleva
y esa lluvia es sin duda la mejor buena nueva.

Veo a un hombre elegante que tiene mucha prisa,
a un joven con periódico y una chaqueta lisa
y a tres muchachos jóvenes de inocente sonrisa.

Avanzo unas manzanas, poco a poco me interno
de lleno en la vorágine urbana, en este infierno,
mientras tomo el bolígrafo y escribo en mi cuaderno.

Me gusta aquel vestido pero también su dueña,
es una hermosa dama, elegante y risueña,
con los ojos enormes y una boca pequeña.

Me gusta aquella sombra bajo el árbol frondoso,
donde basta sentarse para hallar el reposo
aunque hoy no luzca el sol en el parque brumoso.

Percibo el olorcillo de algún pan recién hecho
que se escapa del fondo de un portalón estrecho
y descubro a unos perros que rondan al acecho.

Me acerco hasta la boca de metro más cercana,
está muy concurrida, como cada mañana
pues todos tienen prisa, todo el mundo se afana.

Parecen las hormigas que van al hormiguero
cargadas de paquetes que portan con esmero
y compiten por ver quién llegará primero.

Hay uno que reparte hojas entre la gente,
que anuncian fotocopias o tal vez detergente
pero pocos se paran a mirarlo de frente.

Y hay otro que mendiga junto a un cartón mugriento
tirado en plena acera, resguardado del viento
con la cabeza baja, vencido y sin aliento.

Bajo las escaleras y compro mi billete,
hay una larga cola tras cada torniquete
y tomo el pasadizo rumbo a la línea siete.

Los andenes rebosan como ya es la costumbre,
y soy presa, allí dentro, de cierta pesadumbre
al verme devorado por esa muchedumbre.

Llega por fin el metro, estruendoso y repleto
y a base de empujones poco a poco me meto
por esta vez ileso, a salvo el esqueleto.

Alguien lee el periódico -siempre malas noticias-,
oigo murmuraciones, protestas y malicias
y dos novios se besan, intercambian caricias.

Vuelvo al fin a la calle, al tráfico, y me entrego
a esta diaria locura que me parece un juego,
y todo lo que observo me va afectando luego.

Sin nada en los bolsillos, y un libro bajo el brazo
busco un lugar tranquilo, la multitud rechazo
y lleno mi libreta de estas notas que trazo.

Me fijo en los gorriones, las nubes, las hormigas,
en las flores que nacen, las piedras, las espigas,
en los niños que juegan, en las almas mendigas.

Y fumo un cigarrillo tras otro, hasta saciarme
dejando que mi mente de inquietud se desarme
y lo que opinen otros no me importa un adarme.

Después, nada, el regreso, la conciencia intranquila,
y pienso "No soy nadie, soy de segunda fila;
es absurda esta vida que llevo, no se estila".

Y así día tras día, y así cada semana,
espectador inmóvil del mundo en la mañana,
caminando sin rumbo por una senda vana.

© Juan Ballester

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