Y hubo entonces un fuerte resplandor en el cielo
rasgándose la piel que antes nos recubría,
y ciegos de ignorancia se quemaron los ojos
de los que no quisieron admitir tu llegada.
Algunos contemplamos una nueva esperanza
abriéndose camino en nuestros corazones,
mas aquéllos que sólo guardaban sus bolsillos
perecieron infames ante tu soplo fresco.
Y todos los corruptos, todos los egoístas
que buscaban refugio en las normas impuestas
daban voces y órdenes reclamando cordura,
cordura de sobornos y de actos violentos.
Y solamente algunos brindamos en silencio
inundados de gozo por tu ansiada presencia,
aquéllos que supimos de la luz de tus alas
y fuimos encumbrados hasta ocupar tu trono.
Mas el resto, los otros, los que contaban antes
o creían al menos que eran nuestros amos
se ahogaron, incapaces de mantener su orden
mientras nadie escuchaba sus promesas de miedo.
Ángel de las alturas, dormiremos al fin,
obtendremos la paz que alienta tu esplendor,
y ya no podrá nadie perturbar ese sueño
porque la eternidad guarda nuestro reposo.
© Juan Ballester
rasgándose la piel que antes nos recubría,
y ciegos de ignorancia se quemaron los ojos
de los que no quisieron admitir tu llegada.
Algunos contemplamos una nueva esperanza
abriéndose camino en nuestros corazones,
mas aquéllos que sólo guardaban sus bolsillos
perecieron infames ante tu soplo fresco.
Y todos los corruptos, todos los egoístas
que buscaban refugio en las normas impuestas
daban voces y órdenes reclamando cordura,
cordura de sobornos y de actos violentos.
Y solamente algunos brindamos en silencio
inundados de gozo por tu ansiada presencia,
aquéllos que supimos de la luz de tus alas
y fuimos encumbrados hasta ocupar tu trono.
Mas el resto, los otros, los que contaban antes
o creían al menos que eran nuestros amos
se ahogaron, incapaces de mantener su orden
mientras nadie escuchaba sus promesas de miedo.
Ángel de las alturas, dormiremos al fin,
obtendremos la paz que alienta tu esplendor,
y ya no podrá nadie perturbar ese sueño
porque la eternidad guarda nuestro reposo.
© Juan Ballester
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