El otro día me acordé de una persona con la que he perdido el contacto hace mucho tiempo, y me apeteció saber algo de ella, así que le envié un e-mail a la cuenta de correo que figuraba en mi agenda de direcciones. A las pocas horas, sin embargo, recibí un mensaje en inglés indicándome que mi correo no se había podido entregar al destinatario por un error o que la cuenta ya no existía o algo semejante. Eso me trajo a la memoria un artículo periodístico que apareció hace algún tiempo en el suplemento del diario “El País” (6 de julio de 2003), firmado por un tal Juan Cueto, y titulado precisamente así: “El caso del e-mail perdido”. Entonces escribí unas reflexiones, que reproduzco ahora nuevamente para disfrute, asombro o escarnio de quienes lean este blog (aunque no pocas veces me pregunto si lo leerá alguien aparte de mi mismo).
El artículo en cuestión viene a poner de manifiesto que las nuevas tecnologías, si bien representan un avance indudable en aspectos como la comodidad, rapidez y eficacia, presentan también un lado oscuro muchas veces inexplicable para los ciudadanos de a pie, entre los cuales me incluyo, y que no siempre se ha estudiado convenientemente.
El caso es que con cierta frecuencia hay correos electrónicos que no llegan a su destino, sin que se sepa bien por qué, y sin que se sepa tampoco a dónde van a parar, y sin posibilidad de reclamar a nadie por esa pérdida incomprensible.
Es asombroso la forma en que viajan los e-mails a través de la red. Afirma Juan Cueto que los mensajes circulan en zig-zag por los lugares más exóticos del planeta. Así, un simple mensaje de Gijón a Madrid puede pasar por Roma y Milán, después saltar a Berlín, de ahí a Inglaterra del Sur, luego directo a Illinois donde por lo visto está la patria de la AT & T Glogal Network, y de ahí al servidor más próximo al destinatario.
Y aún hay más: Por lo visto, el mensaje, nada más salir del ordenador, es troceado, dividido en paquetes y expedido a través de líneas telefónicas diversas según haya mucho o poco tráfico. Y cada uno de estos paquetes o trozos (o sea, párrafos, palabras, cifras, fragmentos de fotografías o de sonidos, etc.) viaja a su aire siguiendo un itinerario distinto por todo el globo terráqueo. Y sólo al final, cuando los distintos fragmentos llegan a su destino, son ensamblados por arte de magia gracias a un número de identificación, y así es como se reconstruye la carta.
Puedo imaginar una carta de amor en la que el remitente diga a su ser querido: “te mando mil besos”, y cómo cada uno de esos besos, o incluso fragmentos minúsculos de los mismos, emprenden una senda diferente a lo largo y ancho del globo terráqueo, describiendo trayectorias caprichosas y quien sabe si dibujando corazones enlazados por el aire, para al final reunirse en la cuenta de correo del destinatario/a, con cara de no haber roto nunca un plato.
Esta es la razón pues de que a veces un paquete o fragmento de la carta se atasque en un 'nodo' por culpa de un apagón o una descarga eléctrica, con lo que el puzzle no puede completarse y el e-mail se pierde para siempre y con él los mil besos que quedarán colgados de algún punto de este infinito incomprensible que es internet.
¡¡¡Increíble!!!
© Juan Ballester
El artículo en cuestión viene a poner de manifiesto que las nuevas tecnologías, si bien representan un avance indudable en aspectos como la comodidad, rapidez y eficacia, presentan también un lado oscuro muchas veces inexplicable para los ciudadanos de a pie, entre los cuales me incluyo, y que no siempre se ha estudiado convenientemente.
El caso es que con cierta frecuencia hay correos electrónicos que no llegan a su destino, sin que se sepa bien por qué, y sin que se sepa tampoco a dónde van a parar, y sin posibilidad de reclamar a nadie por esa pérdida incomprensible.
Es asombroso la forma en que viajan los e-mails a través de la red. Afirma Juan Cueto que los mensajes circulan en zig-zag por los lugares más exóticos del planeta. Así, un simple mensaje de Gijón a Madrid puede pasar por Roma y Milán, después saltar a Berlín, de ahí a Inglaterra del Sur, luego directo a Illinois donde por lo visto está la patria de la AT & T Glogal Network, y de ahí al servidor más próximo al destinatario.
Y aún hay más: Por lo visto, el mensaje, nada más salir del ordenador, es troceado, dividido en paquetes y expedido a través de líneas telefónicas diversas según haya mucho o poco tráfico. Y cada uno de estos paquetes o trozos (o sea, párrafos, palabras, cifras, fragmentos de fotografías o de sonidos, etc.) viaja a su aire siguiendo un itinerario distinto por todo el globo terráqueo. Y sólo al final, cuando los distintos fragmentos llegan a su destino, son ensamblados por arte de magia gracias a un número de identificación, y así es como se reconstruye la carta.
Puedo imaginar una carta de amor en la que el remitente diga a su ser querido: “te mando mil besos”, y cómo cada uno de esos besos, o incluso fragmentos minúsculos de los mismos, emprenden una senda diferente a lo largo y ancho del globo terráqueo, describiendo trayectorias caprichosas y quien sabe si dibujando corazones enlazados por el aire, para al final reunirse en la cuenta de correo del destinatario/a, con cara de no haber roto nunca un plato.
Esta es la razón pues de que a veces un paquete o fragmento de la carta se atasque en un 'nodo' por culpa de un apagón o una descarga eléctrica, con lo que el puzzle no puede completarse y el e-mail se pierde para siempre y con él los mil besos que quedarán colgados de algún punto de este infinito incomprensible que es internet.
¡¡¡Increíble!!!
© Juan Ballester
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